domingo, 4 de mayo de 2008

PRIMER PUESTO: ABEL ANSELMO RIOS CARMONA - El palero

CONCURCURSO DE CUENTO BREVE EN HOMENAJE A

JESUS MARIA VALLE JARAMILLO

Primer puesto: El Palero,

Autor: ABEL ANSELMO RIOS CARMONA

Correo electrónico: conciliodetrento@gmail.com

El Palero

No, la que nos pasó a nosotros sí fue una cosa muy dura, uuuh, lo más malo que a mí me ha pasado en la vida, es que la vida es muy dura y la gente muy mala, imagínense, yo desde muy joven igual no había trabajo pa´ mí, sí, por lo de los paños en la piel, entonces me vine pa´ esto de los paleros a esperar que fueran necesitando quién jornaliara, no, esto ya llevaba harto tiempo, antes no nos hacíamos aquí sino en un rompoy cerquita a la terminal porque por ahí subía la gente a San Cristóbal que era donde más estaban haciendo cosas, y bajaban de por allá por uno, pero a veces también nos cambiábamos de sitio y nos dividíamos y así, casi todos eran viejos pero habíamos jóvenes y alentaos que tampoco veíamos tiro de encontrar camello bueno, y bueno, a los pelaos era a los que siempre nos escogían más rápido y a unos hasta los dejaban ratos largos con dizque contratistas, pero yo con mis manchas siempre veían cómo deshacerse de uno, bendito sea mi Dios, y así, y habían épocas buenas como habían semanas que nada, y uno jugando cartas o dados, y nada que nada, y de pronto llegaban camionetas con alguno de camisa y mirando y reparando, y siempre nos dejaban ir hasta ellos a rogarles y mostrarles el hambre y mendigarles trabajo, aunque ya hacía rato habían escogido, usted usted y usted, y ahí, en una de esas fue que nos escogió a ocho un señor de camisa negra, y por ese tiempo ya era rato que no resultaba camello, y todos todos contentos nos subimos con el hambre que le da a uno cuando sabe que ya dentro de poquito va a comer o a comprarse un aguardientico, y primero los señores pararon a desayunar y el hambre apenas nos jalaba las tripas, y después subieron hasta Palmitas y de ahí pa´ abajo hasta cerquita de Antioquia, eso que es un cambio de clima el verraco, y esos señores empotraos por esos abismos tan malucos, Dios no quiera que a uno le toque irse por ahí, tres casas grandes pa´ una plancha, y sí se nos hizo raro que nos llevaran desde Medellín hasta allá, y empezamos ya como a las diez y media, ni siquiera había maestro de construcción, pero todos sabíamos cómo se hacía todo, y por allá después uno preguntó oiga mi don y cómo va a ser la devolvida, y el señor callao, y eso ni agua nos dio, y ya al rato vino y dijo no eso no lo acaban hoy se tienen que quedar duerman ahí, pero no dijo más, y sin comida y ese calor, y uno, que quién sabe de dónde, consiguió fresco y unos aguardienticos, y pues igual después le pagábamos porque íbamos a cobrar por trabajo y no a jornal, porque lo estábamos haciendo muy rápido, es que hubieran visto qué planchas tan grandes, y al otro día terminamos y el señor miró miró y miró y después dijo súbanse, y otra vez pa´ Medellín, ya casi de noche, y entraron a comer, y hasta ganas de decirle vea don un adelanto, pero no, mejor abajo porque eso antes de Palmitas no es sino caro y maluco, y bueno, ya pensando en la plata gracias a mi Dios cuando el maldito paró, oiga bájense que como qués una llanta, y muy raro porque no sentimos nada, y nos bajamos, y este es mucho hijueputa gritábamos después de que arrancó, hijueputa hijueputa, uno casi se aporrea bajando, y se fue el hijueputa sin pagarnos y nos dejó tirados, malparido hijueputa, y las palas de todos en el volco, hijueputa, es que imagínense, uno a esa hora por ahí por el desvío a San Pedro, eso no decíamos sino hijueputa, hasta los que no estábamos enseñados a muchas groserías, bendito sea, y así,

y muchas semanas malas de ahí pa´adelante, y el problema pa´ la pala, y después sí había mucho camello por ahí, pero nos tuvimos que dividir más porque aunque venían por paleros pa´ otras partes habían aparecido muchos otros, y como es que un día por aquí por el puente llegó la misma camioneta, el mismo hijueputa, la misma camisa negra, nos dejó ir a todos y luego escogió a siete, habíamos cuatro del otro día y no se acordó, y nos subimos y en el camino les contaron a los otros tres y yo también estuve de acuerdo, los empelotábamos y los amarrábamos de un palo, entonces por San Jerónimo, antes de un desvío, le pegamos un palazo a la parte de arriba del carro y el señor todo bravo frenó en seco y no fue sino que se bajara pa´ agarrarlo a él y al que lo acompañaba, y tan, un palazo en la cara, y tan, otro palazo al otro, y desviamos el carro y por allá en medio de la nada los bajamos pa´ amarrarlos empelota, pero el señor se empezó a despertar y se quejaba, y después diciendo hijueputas que si no sabíamos quién era él y un sartal de insultos y que arrastraos vagos hijueputas, y ahí fue que uno pun, otro palazo, que hijueputa que malparido respetá, y otro palazo en la espalda y yo iba a ir a tenerlo y agarrarlo, pero los otros como que los cogió la misma calentura y pan, otros palazos, y hasta los tres que no eran también pegaban y pan, pan, y eso era péguele y péguele y yo apenas miraba, no, y sin pesar, Dios me perdone, me daba era asco imaginarme cómo estaba ese señor todo ensangrentado y molido por los palazos, hughhh, como cuando hacen gelatina de pata, y entonces que ay jueputa vámonos, y el que manejaba, apenas nos montamos, de pura gracia retrocedió y le pasó una llanta por la barriga, y yo empecé a vomitar y otro era ayudándome pero diciendo hijueputa ese pa´ que aprenda a respetar a los pobres,

y no volvimos nosotros siete por muchos días a trabajar, sicosiaos, pero como que nada de arrepentidos, y después sí volvimos a buscar el paleo, en todo caso ninguno por Colombia, y ya después se nos olvidó y por aquí volvimos, primero no contamos y después sólo a los más viejitos, aunque todos al final supieron, y unos pues se murieron y otros conseguían trabajitos por ahí mal pagados, como siempre, y claro que otros nos han reemplazado, por ahí todavía hay mucho palero, y yo ya pues me dieron camello barriendo los parques por aquí, que ahí las manchas no importan, gracias pa` mi Diosito, y eso de todas maneras a uno siempre le queda el susto de que lo van a agarrar,

y el chiste es que un día pasó el señor que lo acompañaba al de camisa negra, despacito despacito en otra camioneta, y eso era mirando y mirando y como que hasta venía con policías, y lo que yo creo es que además de lo bien que disimulamos el verraco susto, fue que no fue capaz de reconocer a nadie, porque esa gente no se fija en uno para nada, imagínense, ni siquiera a mí con mis manchas.

2004

Segundo puesto: Lía Isabel Alvear Ramirez - ¡El museo empieza aquí!

CONCURCURSO DE CUENTO BREVE EN HOMENAJE A

JESUS MARIA VALLE JARAMILLO

Segundo puesto: ¡El museo empieza aquí!

Autora: Lía Isabel Alvear Ramirez

Correo electrónico: liaisabel@une.net.co

¡El museo empieza aquí!

...anunciaba un letrero ubicado al borde del camino que conducía al pequeño poblado. Otrora debió haber tenido el fondo blanco pero el tiempo lo tiñó de sepia y las moscas se encargaron de depositarle diminutos y negros lunares; sin embargo no olía a viejo sino a brisa silvestre y a flores del campo.

- ¡Que curioso! pensó el viajero que atiborrado de papeles, caminaba contando los habitantes, pues un censo cada tanto sin duda incrementa el recaudo de impuestos; esa era su misión entre caminos y hondonadas. - ¡Qué curioso! ¿Acaso los objetos meritorios no son guardados en lugares especiales, lejos de la intemperie que todo va resquebrajando?

Personas amables le recibían entregándole sin mezquindad los datos, sólo y es menester dejarlo claro, sólo los que él solicitara. El hombre diligente, los iba encarcelando entre las hileras y columnas del formato. Al cabo de tres días estaba satisfecho de poseer de la comunidad un buen conocimiento.

Debía buscar la firma de la autoridad competente para respaldar el deber cumplido; entró en la oficina y en forma comedida solicitó la rúbrica que le fue concedida en medio del silencio. Agradeció y salió, ahora sospechando que algún detalle escapaba a sus datos. Caminó un poco y caviló otro tanto; entonces escuchó silencios y repasó los gestos acompañantes; en realidad la fracción audible de los tres días de trabajo era mínima. Seguro estaba de haber realizado a cabalidad el trabajo, pero... ¡tanto silencio!

- Señor ¿le ha preguntado usted al camino lo que preguntó a mi madre? interroga una niña que jugaba en el parque.

- ¡Que cosas se te ocurren! Estoy censando personas, no caminos ni calles.

- ¿Y si vuelve a recorrer sus pasos?

- ¡Noooo! debo llegar a sistematizar...

- ¿Y si vuelve a recorrer sus pasos? Pregunta de nuevo la niña interrumpiendo el poco novedoso argumento del hombre.

- ¡Niños, niños! -pensó- ¡todo lo ven fácil! Marchó meneando la cabeza como para desprenderse de la infantil insensatez.

De camino al hotel, donde recogería sus bártulos, decidió repetir el recorrido pero en horas de la noche, para evitar la mofa de la niña dado que se la topara. Sin ser visto podría husmear a sus anchas.

Cuando hubo llegado al letrero ¡El museo empieza aquí! dio media vuelta y emprendió el regreso por la vera del camino; de repente se tropezó, encendió la linterna, descorrió el follaje y encontró una rústica cruz de madera en cuyo brazo horizontal se leía: Aquí está degollado Pedro el pianista. Bastante impresionado levantó la linterna para otear el panorama; notó más letras en un árbol, se acercó y leyó: Aquí está desangrada Margarita la panadera. Un poco más abajo pero en el mismo tronco: Aquí están los dos angelitos de misiá Juliana. El hombre decidió anotar cuanto encontrara, razón por la cual lo sorprendió el día con su libreta de apuntes bastante cargada.

Aquí está... empezaban así todas las inscripciones que encontró a su paso; unas en cruces, otras en troncos, algunas más en piedras, ¡hasta en bolsas plásticas con el letrero adentro! en estos casos, pensó el hombre, debe haber familiares que vienen con frecuencia a rendir tributo a quienes allí reposan. Aquí está descalabrado Serafín el que hacía mandados, ... desangrado Marco Antonio el sacristán, ...torturada con tijeras Alicia la modista, aquí está... ¡tantos!... ¡tantas!... con su singularidad, virtud de pequeños poblados, donde la gente se distingue por lo que es, por su esfuerzo e historia.

Amanecía cuando llegó al hotel. En el escritorio, al lado de los formatos diligenciados, puso la libreta donde había atrapado voces, llantos y gritos del pasado. Lentamente las rectilíneas hileras y columnas del oficial formato, parecían deslizarse en el papel con sutiles movimientos; el censador pensó por unos momentos que la impresión y el sueño lo tenían mareado; pero al cabo de un rato, ante la mirada atónita del hombre, el vaivén daba origen a nuevos espacios de hileras y columnas donde se iban acomodando Pedro el pianista, Margarita la panadera, Julián y Tomaso los dos angelitos de misiá Juliana, Serafín el mandadero, Marco Antonio el sacristán, Alicia la modista... todos, todas, cada quien en su respectivo grupo familiar.

En tanto afuera, las estatuas de la capilla, de abajo hacia arriba, se fueron agelatinando; cierto tembleque se pagaba a las rodillas y ascendía por el tronco hasta las manos. En los dos parques que había, los bustos de tres troquelados próceres entraron en leves estertores, notorios sobre todo en los arcos de las cejas y en los muñones del los brazos. En las casas, los retratos fueron dulcificando sus rostros, fruto de una cierta distensión muscular de origen aún sin precisar.

En forma extraña trascurrió el tiempo. Se tornó lento, espeso, sepia... olía a humedad de escaparate de antaño. La rutina fue pillada cual herrero, martillando la historia que lucía cansada. Amigos... enemigos... y en medio, un silencio inestable desde siempre acunado.

Incontable cantidad de minutos se fueron deslizando a medida que La Tierra, obligada por su pequeñez a girar en torno al astro más grande, abandonaba la mañana para dar paso a la tarde. Así y en este lapso, sobre el escritorio del censador terminaron de acomodarse las personas-recuerdo en las casillas correspondientes al ADN que engalanó su sangre.

Afuera de aquel recinto, sin aspavientos, descendían de los pedestales y de los marcos de los cuadros, las personas que el barro o la cámara habían congelado. Don Pedro por ejemplo, en sepulcral silencio tomó el brazo de su esposa y despacio llegó al templo, se paró a la diestra del obispo cuya estatua, otrora altiva, reblandecida ahora víctima del evento, tornaba en gesto amistoso el músculo tenso que la prepotencia reclama. Don Pedro se instaló a su lado, a la misma altura; humilde pero digno como lo fue antaño.

Alicia la modista, retratada con dedal, aguja e hilo, bajó con ellos y caminó hacia el parque; allí, antes de que sus tijeras cortadoras de tela en manos ajenas cortaran sus entrañas, entre puntada y puntada por las tardes, contaba cuentos e inventaba charadas para deleite de todas las personas que a bien tuvieran escucharla. Cada quien fue llegando al sitio que en vida acogiera su actividad más preciada.

Pertinaz la capacidad de inferir fustigaba el censador que resistía el embate. Decidió huir; la orden racional bajó a sus piernas cuyos músculos no lograban echar a correr, pues la sangre se inundaba de pavor al pensar en repisar los pasos hace sólo unas horas caminados. La razón y el instinto en su un cuerpo luchando. Abrió la puerta... y si bien en la habitación él vivía su drama, lejos de ella, en aceras y calles; capillas, casas y parques, al cabo de tanto trajín, otro tiempo se fue colando. La dignidad abrazó los oficios de quienes eran recuerdo, de quienes aún respiraban.

Contando... contando..., pues se cuenta en números y se cuenta en dramas, permeó el pasado las insípidas neuronas del censador que el azar llevó al poblado. La historia estaba de plácemes. Era una nueva historia ancha y profunda, de voces poblada. Amañarla ya no era posible; caminantes y estatuas, vivientes y retratos se reconocieron guardianes; el discurrir de la humanidad por el tiempo sería verazmente contado. El hombre se marchó con su legajo... a sistematizar... Dejó la memoria sin mordaza, presta a intervenir cuando cualquier prestidigitador con autoridad osase desmembrar la suma de pequeñas verdades.

Al pasar por el lado del letrero ¡El museo empieza aquí! lo volteó, de tal suerte que quedó anunciando la inminente revisión del censo en la nueva lontananza.

TERCER PUESTO: JHON WÀLTER TORRES MEZA- MUERTE AL TIEMPO

CONCURCURSO DE CUENTO BREVE EN HOMENAJE A

JESUS MARIA VALLE JARAMILLO

Tercer puesto: MUERTE AL TIEMPO

Autor: JHON WÀLTER TORRES MEZA

Correo electrónico: torres-meza@hotmail.com

MUERTE AL TIEMPO

EL TIEMPO AUNQUE INFINITO, ES CORTO

PARA LOS HOMBRES. QUIEN PUDIERA

CONTRA ÈL, SI ES EL ORÀCULO DEL COSMOS.

JHON WÀLTER TORRES MEZA

Don Mario no lograba conciliar el sueño, el insomnio trastornó sus deseos de dormir, parecía perdido moviéndose de un lado a otro en su inmensa cama, sintió una sensación de angustia en el fondo se su ser , algo muy extraño que nunca había experimentado, abrió los ojos y la oscuridad inundaba todo alrededor, el silencio era absoluto y la soledad golpeo su alma con el gélido viento de la tristeza; rápidamente se puso de pie y encendió la bombilla, la luz lo tranquilizó y sus ojos se centraron fijamente en un cuadro de su hijo el cual colgaba de la blanca pared – la imagen de un joven con risa torcida se imponía en el marco – recordó en como había logrado sacar su muchacho adelante, juntos pasaron muchas tristezas y alegrías en el camino de sus vidas, lo amaba con todas las fuerzas de su alma, sólo que nunca lo decía, su orgullo era más fuerte que su humildad, Daniel era su nombre Don Mario lo echó de su casa cuando descubrió que era homosexual ¡Cuánto daría por verlo!, la foto se cayó y los vidrios volaron en el aire Don Mario pudo ver lentamente caer los fragmentos al piso como los años de su vida, un vacío amargo penetró su ánimo, su pulso acelera rápidamente, se dejó caer en el suave colchón sin sentir el peso del cuerpo, el aire a sus pulmones empezó a faltar, su nariz deseaba inhalar oxígeno pero no bombeaba su corazón, sus ojos no vieron más la luz, en medio de su agonía escuchó que golpeaban la puerta

- Papá abre, ¡soy Daniel!

La voz amada de su hijo conmovió su amor filial, quiso gritar y decir que lo amaba como a nadie en el mundo, pero la muerte ahogó el sonido de su voz, robándole sin piedad las palabras que Don Mario se llevó al mundo de los muertos.